viernes, 22 de octubre de 2010

Relatos contra la violencia de género


"Las medias rojas," Emilia Pardo Bazán

Cuando la rapaza entró, cargada con el haz de leña que acababa de merodear en el monte del señor amo, el tío Clodio no levantó la cabeza, entregado a la ocupación de picar un cigarro, sirviéndose, en vez de navaja, de uña córnea color de ámbar oscuro, porque la había tostado el fuego colillas.
Ildara soltó el peso en tierra y se atusó el cabello, peinado a la moda de las señoritas y revuelto por los enganchones de las ramillas que se agarraban a él. Después, con lentitud de las faenas aldeanas, preparó el fuego, lo prendió, desgarró las berzas, las echó en el pote negro, en compañía de unas patatas mal troceadas y de unas judías asaz secas, de la cosecha anterior, sin remojar. Al cabo de estas operaciones, tenía el tío Clodio liado su cigarrillo, y lo chupaba desgarbadamente, haciendo en carrillos dos hoyas como sumideros grises entre lo azuloso de la descuidada barba.
Sin duda la leña estaba húmeda de tanto llover la semana entera, y ardía mal, soltando una humareda acre; pero el labriego no reparaba: al humo, ¡bah!, estaba bien él bien hecho desde niño. Como Ildara se inclinase para soplar y activar la llama, observó el viejo cosa más insólita: algo de color vivo, que emergía de las remendadas y encharcadas sayas de la moza...Una pierna robusta, aprisionada en una media roja, de algodón...
--¡Ey! ¡Ildara!
--¡Señor padre!
--¿Qué novidá es ésa?
--¿Cuál novidá?
--¿Ahora me gastas medias, como la hirmán del abade?
Incorpórase la muchacha, y la llama, que empezaba a alzarse, dorada, lamedora de la negra panza del pote, alumbró su cara redonda, bonita, de facciones pequeñas, de boca apetecible, de pupilas claras, golosas de vivir.
--Gasto medias, gasto medias--repitió, sin amilanarse--. Y si las gasto, no se las debo a ninguén.
--Luego nacen los cuartos en el monte--insistió el tío Clodio con amenazadora sorna.
--¡No nacen!...Vendí al abade unos huevos, que no dirá menos él...Y con eso merqué las medias.
Una luz de ira cruzó por los ojos pequeños, engarzados en duros párpados, bajo cejas hirsutas, del labrador...Saltó del banco donde estaba escarrancado, y agarrando a su hija por los hombros, la zarandeó brutalmente, arrojándola contra la pared, mientras barbotaba:
--¡Engañosa! ¡Engañosa! ¡Cluecas andan las gallinas que no ponen!
Ildara, apretando los dientes por no gritar de dolor, se defendía la cara con las manos. Era siempre su temor de mociña guapa y requebrada, que el padre la mancase, como le había sucedido a la Marisola, su prima, señalada por su propia madre en la frente con el aro de la criba, que le desgarró los tejidos. Y tanto más defendía a su belleza, hoy que se acercaba el momento de fundar en ella un sueño de porvenir. Cumplida la mayor edad, libre de la autoridad paterna, la esperaba el barco, en cuyas entrañas tantos de su parroquia y de las parroquias circunvencias se habían ido hacia la suerte, hacia lo desconocido de los lejanos países donde el oro rueda por las calles y no hay sino bajarse para cogerlo. El padre no quería emigrar, cansado de una vida de labor, indiferente a la esperanza tardía: pues que quedase él...Ella iría sin falta; ya estaba de acuerdo con el gancho, que le adelantaba los pesos para el viaje, y hasta le había dado cinco de señal, de los cuales habían salido las famosas medias...Y el tío Clodio, ladino, sagaz, adivinador o sabedor, sin dejar de tener acorralada y acosada a la moza, repetía:
--Ya te cansaste de andar descalza de pie y pierna, como las mujeres de bien, ¿eh, condenada? ¿Llevó medias alguna vez tu madre? ¿Peinóse como tú, que siempre estás dale que tienes con el cacho de espejo? Toma, para que te acuerdes...
Y con el cerrado puño hirió primero la cabeza, luego el rostro, apartando las medrosas manecitas, de forma no alterada aún por el trabajo, con que se escudaba Ildara, trémula. El cachete más violento cayó sobre un ojo, y la rapaza vio, como un cielo estrellado, miles de puntos brillantes envueltos en una radiación de intensos coloridos sobre un negro terciopeloso. Luego, el labrador aporreó la nariz, los carrillos. Fue un instante de furor, en que sin escrúpulo la hubiese matado, antes que verla marchar, dejándole a él solo, viudo, casi imposibilitado de cultivar la tierra que llevaba en arriendo, que fecundó con sudores tantos años, a la cual profesaba un cariño maquinal, absurdo. Cesó al fin de pegar; Ildara, aturdida de espanto, ya no chillaba siquiera.
Salió fuera, silenciosa, y en el regato próximo se lavó la sangre. Un diente bonito, juvenil, le quedó en la mano. Del ojo lastimado, no veía.
Como que el médico, consultado tarde y de mala gana, según es uso de labriegos, habló de un desprendimiento de la retina, cosa que no entendió la muchacha, pero que consistía...en quedarse tuerta.
Y nunca más el barco la recibió en sus concavidades para llevarla hacia nuevos horizontes de holganza y lujo. Los que allá vayan, han de ir sanos, válidos, y las mujeres, con sus ojos alumbrando y su dentadura completa...

Mariola Cubells
ADN 27.11.2008


Esperaba el tren, como yo. Acongojada, conversaba por el móvil con el que debía ser su novio, Intuí por los retazos de la discusión, las palabras sueltas, que él pedía perdón por algo y que ella se resistía. Cuando colgó se puso a llorar. No sollozaba, sólo dejaba resbalar las lágrimas, que se limpiaba de vez en cuando con las manos. Volvió a sonarle el móvil. “Silvia, tía, estoy fatal –dijo- me ha llamado Javi”... Silvia gritó tanto que hasta yo pude oírla. La novia llorosa le contestaba. “Ya, ya lo sé, dice que lo confundí, que no fue un empujón, que se tropezó, que no quería, que le perdone... ya, ya... no quiero verlo, claro, no sé, tía, no sé... sí, sí... dice que lo del vestido corto es mentira, que él no se enfadó, que sólo me dijo que me quedaba mal... no sé, estoy hecha polvo”... Colgó.
Debía de andar por los 18 años. Tuve ganas de entrarle y decirle que huyera, que tomara el tren hacia algún lugar menos turbio, que ese Javi no podría hacerla feliz, que no la quería, que tras ese empujón que él negaba, tras esa minifalda que le molestaba, vendrían, seguro, sonoras bofetadas, insultos, reproches velados y que todo eso aniquilaría una parte de ella que aún estaba a tiempo de salvar. No le dije nada, claro. Mi tren se anunció. Me levanté, la miré y le sonreí, con la esperanza de que viera en mis ojos la súplica. Volvió a sonarle el móvil. Por la cara que puso antes de descolgar deduje que era él. “¿Qué?”, le dijo como sin querer pero queriendo. Pasé a la sala de embarque, me giré y vi que sonreía. Y temblé.

Lis Mirón
Alumna de 4º ESO del IES Iturralde

3º premio en el II Certamen Literario contra la violencia de género convocado por el Ayuntamiento de Madrid

Mamá:
Hoy podría haber sido un día más de este largo mes de noviembre en el Instituto. Hoy podría haber estado haciendo aviones de papel en Matemáticas o haberme hecho el gracioso. O podría haber mirado a Laura justamente en el momento en el que ella también me mirara. Sí, mamá, el amor es ciego, nadie mejor que tú lo sabe.
Hoy he aprendido algo: o eres el fuerte o te conviertes en el débil. Y puede ser que te enfades, pero he elegido ser por un simple día el fuerte. El primer puñetazo recibido en el labio me ha valido para decidir que quería ser el triunfador de esta batalla. Gracias a ti, mamá. Me has dado las fuerzas que llevaba esperando desde que comenzó el curso y me convertí en su diversión, como tú has sido la de papá durante todos estos años. Las noches en las que buscábamos refugio el uno en el otro, el golpe seco de la puerta y tu llanto, las mañanas en el espejo en las que, mientras yo me lavaba los dientes, tú solo sabías echarte más y más maquillaje para disimular el golpe hasta que te decía: “Mamá, estás perfecta”, y me dabas un beso en el pelo. Me he acordado de las veces que deseé su muere, y les he denunciado.
Por fin he logrado no dejarme vencer por el miedo, ya no me pueden hacer daño.

Te quiero.


Colocó la carta sobre el mármol que siempre estaba frío, pero que hoy los rayos calentaban suavemente. En estos ocho años que llevaba pisando el cementerio, jamás había salido con tanta alegría como la que mostraba su sonrisa ese 18 de noviembre.

Otros relatos sobre el maltrato:
Réquiem con tostadas de Mario Benedetti.
Beatriz de Valle-Inclán
Para saber más:
http://bloggeles.blogspot.com/2010/08/violencia-de-genero.html

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