lunes, 3 de octubre de 2011

Eça de Queirós: Otra novela sobre el adulterio


El adulterio es uno de los temas cruciales de la novela realista del XIX. Ana Karenina, La Regenta y Madame Bovary muestran la pugna entre el honor de los maridos y la huída de la rutina matrimonial de las esposas. En las tres, el final trágico subraya la imposibilidad de conjugar ambos códigos.
En Alves y Compañía tenemos también un caso de adulterio. Godofredo da Concieçâo Alves , enamoradísimo de su mujer, Ludovina, regenta una compañía comercial con su joven socio, Machado. Pronto descubre que ambos, socio y mujer, le engañan. Reacciona con furia, expulsa a su esposa de casa, y cree que solo la muerte lavará tamaña afrenta. El suicidio – suyo o el de Machado- o un duelo resolverán la cuestión. Pero, poco a poco, las dificultades prácticas de la cuestión y, sobre todo, la deriva en la que se está convirtiendo su vida, van demostrando lo absurdo del caso...y la conveniencia de readmitir a su mujer y a su socio.
J.M. Eça de Queirós trata el tema con una espléndida ironía que despliega con excelentes recursos narrativos. El narrador se sitúa en la perspectiva del protagonista y refleja lo que éste hace y siente. En cambio, sólo nos muestra cómo actúan los demás personajes. Sabemos cómo piensa él, pero deducimos lo que quieren y piensan los demás. De esta manera, adivinamos cómo le ven, cómo le juzgan y cómo le van a conducir donde ellos quieren. Intuimos cómo son Machado y Ludovina, el suegro, los grotescos padrinos de duelo o las criadas de su casa, que se presentan en pinceladas magistrales; pero será el lector quien reconstruya después el verdadero sentido de las actuaciones de unos y otros.
Más que escribir un drama psicológico, el autor se propone realizar una alegoría de la realpolitik del matrimonio burgués. Pero, al mismo tiempo, parece dar otra vuelta de tuerca al esquema clásico de las novelas de adulterio. Es el triunfo de lo prosaico frente a lo dramático, de la parodia frente a la tragedia, y del realismo de las anécdotas frente a la fantasía de las categorías. La tesis, bien cínica, es que la vida del buen Alves se asienta en pilares demasiado sólidos para echarlos a rodar por una cuestión tan etérea como el honor: negocio, una casa bien puesta, un entorno próspero. No hay final trágico, sino restablecimiento aparente del orden inicial. Al contrario de Madame Bovary, La Regenta o Ana Karenina, Alves y Compañía parece acabar bien. Sin embargo, el doble sentido de la palabra “compañía” es una síntesis irónica de cómo se puede compaginar el honor con los negocios. Y Alves es, ante todo, un buen comerciante.

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