domingo, 3 de abril de 2011

Las mujeres y la literatura


”Los efectos de la literatura escrita por mujeres”
por Socorro Suárez Lafuente
Artículo publicado en
la revista PLATERO, nº 134, año XIX, febrero 2003.
Edita CAJASTUR.
Oviedo.
(Extracto de algunos fragmentos)
“A lo largo de la historia de la literatura ha habido una escasa presencia de mujeres escritoras porque ni en las familias ni en los lugares en que se impartía la educación se educaba a las mujeres para el saber. Ni siquiera en los monasterios medievales, que fue donde se preservó la cultura escrita, copiando, cuidando y ampliando el conocimiento, se enseñaba a las monjas a leer y escribir; éstas cantaban en Latín “de oído”, pero no tenían acceso a códices ni manuscritos.
Así, cuando la abadesa germana Hilegard von Bingen, en el siglo XII, quiere escribir sus visiones místicas, el obispo de su diócesis tiene que buscar un monje que le sirva de secretario. Las cosas no mejorarán en este terreno hasta el siglo XVIII, lo que lleva a la autora inglesa Virginia Woolf a escribir en su libro Una habitación propia (1929) que nunca sabremos si la hermana de William Shakespeare tuvo tanto talento literario como él, y si el talento literario lo hubiera tenido ella nunca hubiéramos tenido un Shakespeare, porque las mujeres eran educadas para estar en casa, les estaba vetado el mundo exterior y era impensable y, por tanto, imposible, que Ann Shakespeare hubiera viajado sola a un Londres que desconocía para introducirse en el mundo del teatro como hizo su hermano.
Con la industrialización de la sociedad y el establecimiento de la clase media muchas mujeres tienen, desde finales del siglo XVIII, tiempo de ocio, que aprovecharán para leer, para hablar en tertulias que organizan en sus casas y para escribir. Algunas escriben cartas, que hoy nos sirven como documentación de su tiempo, como es el caso de Lady Montagu o Madarne de Sévigné,otras escriben ya novelas, poemas y obras de teatro.
Las mujeres burguesas son las propulsoras del surgir de la novela: pronto descubren el potencial de entretenimiento de la literatura y se convierten en lectoras voraces de largas historias en las que se podían sumergir durante horas y “vivir” dramas y aventuras con los personajes. Su afición a la lectura propiciará la publicación de la novela por entregas, generalmente en tres partes, lo que da estabilidad comercial y económica a las editoriales, origina el préstamo bibliotecario por necesidad social y, lo que es más importante, crea una demanda de novelistas que permite a muchas mujeres probar suerte como autoras, con gran éxito, en este terreno nuevo.
De la misma manera que las mujeres francesas fueron las que mejor organizaron sus tertulias privadas, hasta el punto de que tal actividad recibe el nombre de “saloniéres” (salonistas), las inglesas son las más importantes en el campo de la novela. De una amplísima nómina de novelistas británicas reconocemos inmediatamente a Mary Shelley por su creación de un mito con Frankestein (1817) y a Jane Austen porque algunas de sus novelas han sido llevadas al cine recientemente: Orgullo y prejuicio (1813), Sentido y sensibilidad (1811) y Emma (1816). A los premios Oscar de este año se presenta Las horas, película que trata de la vida de Virginia Woolf y de una de sus novelas, Mrs Dalloway (1925). De esta misma autora también triunfó en el cine hace unos años Orlando, escrita en 1928.
La sociedad española incorpora lentamente a sus escritoras al canon literario, y en el siglo XIX ya podemos contar con Fernán Caballero, Emilia Pardo Bazán y Rosalía de Castro, entre las más destacadas. En los inicios del siglo XX las mujeres acceden a la enseñanza media reglada y, consiguientemente, a los estudios universitarios, en una proporción aceptable y creciente; en 1903 se funda en Madrid un instituto “para señoritas” que cuenta en 1912 con 125 matriculadas, y sólo dieciséis años después, en 1928, con 1.681 alumnas, una buena parte de las cuales ingresarán en la universidad.
De aquí que durante la II República haya mujeres dedicadas a la política y parlamentarias como Victoria Kent y Clara Campoamor,que pueden discutir pública y oficialmente sobre un tema que les incumbe de manera directa: el voto de las mujeres. Las intelectuales abundan ya en España desde principios del siglo XX, y aunque, con frecuencia, han estado subsumidas en la obra de sus maridos, la investigación contemporánea les está otorgando su justa valía. […]”
“Las mujeres incorporan su experiencia al mundo literario de varias maneras: haciéndose presentes en todos los momentos históricos en que, estando, compartiendo y contribuyendo, fueron ignoradas por los documentalistas e historiadores oficiales; haciendo explícito su punto de vista en todas y cada una de las múltiples ocasiones en que otros se expresaron en su nombre y pusieron palabras en su boca, y optando por caminos alternativos a los que la sociedad les tenía prefijados en cada momento. Para llevar a cabo esta tarea, que habría de cambiar los modelos arquetípicos al uso, las mujeres se aprestan no sólo a escribir desde un punto de vista nuevo y diferente (re/visión), sino a volver a escribir (re/escribir) el cánon literario establecido” […]”
“Celebremos, pues, la abundancia de palabras que se escriben para registrar nuestra individualidad y nuestra importancia, y hagamos de la esencia de ser persona la fuerza de ser mujer”.
Una habitación propia
Virginia Woolf tiene muchos méritos, pero para mí hay uno que destaca sobre todos los demás: cuando ella escribía, a principios del siglo XX, que una mujer escribiese no era común, pero las que lo hacían, hasta ese momento, tenían ese tonillo femenino tan Jane Austen. Ella no. Ella fue la primera en romper ese molde, en dejar que el sexo desapareciese de sus palabras, porque todas sus novelas podría haberlas escrito un hombre. Excepto Una habitación propia, que no es una novela, sino un discurso que dio la escritora británica. Pero la defensa que hace de la libertad de la mujer y su argumentación ha traspasado los años, y leyéndolo sigues sintiendo que nos queda mucho trecho por recorrer. El título se debe a que Virginia explica en esta conferencia que la mujer sólo será libre para escribir como los hombres cuando lo haga en una habitación propia: las mujeres de su época no tenían estudio, despacho, nada parecido, escribían en el salón, rodeadas de familiares, niños, ruido. Por eso ella identifica la libertad con esa habitación. Evidentemente, la argumentación va mucho más allá, sobre todo aborda la independencia económica, pero me encanta esa frase, una habitación propia.

Ver también Las mujeres que escriben son peligrosas:
http://bloggeles.blogspot.com/2010/08/iii-power-point.html

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