sábado, 22 de octubre de 2011

Cierto día tenía ganas de hacer skate. Hacía un día maravilloso, el sol brillaba y el cielo estaba completamente azul. Salí de mi casa, cogí el metro y fui a Marqués de Vadillo que está muy cerca del skatepark. Llegué al carril bici y me subí al skate. Me desplacé unos pocos metros cuando de repente choqué contra algo y me caí rodando unos metros hacia delante. En ese momento sentí mucha vergüenza y me levanté como si no hubiera pasado nada. Un coche que venía detrás paró, bajó una señora y me dijo:
-¿Te has hecho daño?-me preguntó al verme.
-No-dije muy avergonzado, aunque tenía grandes raspones y sangraba.
-¿Quieres que te cure las heridas?-me preguntó al vérmelas.
-No, gracias
-¿Estás seguro? Tengo un botiquín en el coche
-Bueno, vale-contesté
Después de haberme curado las heridas y haberse ido, me giré y vi contra lo que me había tropezado. Era una manguera gruesa amarilla. Desde entonces cada vez que voy hacia el skatepark miro antes si hay mangueras. Desde aquel vergonzoso día odio las mangueras amarillas.

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